Cada fin de semana, en campos deportivos de todas partes, se repite un escenario lamentable: espectadores insultan a árbitros, jugadores o rivales con total impunidad. Lo hemos normalizado al punto de que estas agresiones verbales, muchas veces graves, se consideran parte del «espectáculo». Sin embargo, no lo son. Todos somos responsables de que estas conductas sigan ocurriendo, ya sea como quienes insultan o como quienes las presenciamos sin intervenir. La responsabilidad no recae en el mismo grado sobre todos, pero es compartida: necesitamos avanzar como sociedad para que estos actos desaparezcan.

El avance que hemos logrado en la lucha contra el racismo debe servirnos como ejemplo. Así como no toleramos comportamientos racistas, debemos erradicar los insultos y las agresiones verbales en el deporte. Este cambio debe comenzar en el deporte base, donde se están formando no solo futuros deportistas, sino personas. Sin embargo, cada fin de semana vemos a padres y familiares insultando a árbitros, muchos de ellos menores de edad, y acosando verbalmente a otros niños y entrenadores. Estos actos no solo son reprobables, sino que destruyen el propósito del deporte: transmitir valores como el respeto, el trabajo en equipo y el juego limpio.
¿Cómo podemos cambiar esta realidad? De la misma manera en que se ha enfrentado el racismo: con medidas contundentes y cero tolerancia. Una de las primeras acciones podría ser detener los partidos cada vez que se produzcan insultos y señalar públicamente a quienes los cometen. No basta con advertir; es fundamental expulsar a los infractores y establecer consecuencias claras. Los clubes también tienen un papel crucial: no deberían permitir que familiares que insultan asistan a los partidos. El mensaje debe ser claro: el respeto no es negociable.
Además, es urgente lanzar campañas de concienciación lideradas por las federaciones deportivas. Estas campañas deberían dirigirse especialmente a padres y entrenadores, quienes son modelos para los niños. Necesitamos recordarle a la sociedad que el deporte es una herramienta para educar en valores, no un espacio para descargar frustraciones.
El cambio debe empezar en las categorías infantiles y juveniles, pero no puede quedarse ahí. Las escenas de violencia verbal en los estadios profesionales también nos deberían avergonzar como sociedad. Los insultos entre hinchadas, hacia los árbitros o los jugadores son comportamientos que no tienen cabida en el deporte. Para erradicarlos, necesitamos reforzar las normas y las sanciones en todos los niveles. Si queremos que los pequeños aprendan valores, los adultos debemos predicar con el ejemplo.
Además, este problema tiene efectos profundos. Los niños que crecen en entornos donde se normalizan los insultos corren el riesgo de replicar esos comportamientos en el futuro. Por otro lado, los árbitros, muchos de ellos jóvenes, son víctimas de agresiones verbales que afectan su bienestar emocional. Protegerlos es una prioridad, ya que ellos también son una parte esencial del deporte.
Erradicar los insultos en el deporte es más que una cuestión de comportamiento: es una inversión en los valores que queremos transmitir a las futuras generaciones. Como espectadores, entrenadores, padres y aficionados, tenemos la responsabilidad de garantizar que el deporte sea una escuela de vida y no un escenario de agresión.
Los grandes cambios comienzan con pequeños pasos. Respetar en la cancha y en las gradas es el primer paso para construir un deporte que inspire y eduque. No podemos amar el deporte si no defendemos los valores que lo hacen grande. Es hora de actuar, con firmeza y convicción, por un deporte más humano y respetuoso.